Escrito por NCS Diario el mayo 4, 2025
El Próximo Cónclave
Rebeca Reynaud
Muere el Papa a los 88 años. El Papa Francisco ha sido un gran hombre, un gran jesuita y un gran Papa. El Papa nació el 17 de diciembre de 1936. Es el 266º Papa de la Iglesia Católica. Fue elegido el 13 de marzo de 2013 en la quinta votación efectuada en el segundo día del cónclave.
Es líder espiritual de la Iglesia Católica y jefe de Estado del Vaticano. Desde el primer momento de su pontificado puso su empeño en la reforma estructural y en el necesario proceso de conversión de la curia y de todos los católicos, para así reformar la misión de servicio y de acogida de la Iglesia, maestra de la humanidad para estos tiempos confusos y oscuros.
Bajo el objetivo de priorizar la evangelización del mundo neopagano, el Papa propone una visión pastoral de acogida sin detrimento de la verdad y de promover el diálogo teológico.
El Sacro Colegio Cardenalicio fue formado en año 1150, bajo el pontificado de Eugenio III, y quedó constituido por un Cardenal Decano, que es cabeza del Colegio, y un Cardenal camerlengo para la administración de los bienes, cuando no hay Papa. Este Colegio ya venía configurándose desde el año 1059, cuando los cardenales se convirtieron en electores exclusivos del Papa, desde el decreto de Nicolás II. Entre los siglos XIII y XV, sólo tuvo 30 elementos. En el año 1999 ya sumaban 155 los cardenales. El Congreso de Viena, celebrado en 1815, dio a los cardenales la dignidad de Príncipes de la Iglesia, por su calidad de herederos en la elección del Papa.
El mundo ha visto enormes cambios desde el “año de los tres Papas”. En la Edad Media la sede vacante duró tres años, de 1268 a 1271. El proceso de selección del Romano Pontífice es conocido para quienes han vivido los cónclaves pasados. La muerte del Papa es certificada por el camerlengo, que en el momento actual es el Cardenal Kevin Farrell, nombrado por el Papa el 14 de febrero de 2019. La tradición es que él llame al Papa tres veces por su nombre; el Papa no responde, entonces el camerlengo anuncia: “El Papa ha muerto”, y desde ese momento la sede apostólica está oficialmente vacante. De inmediato las cabezas de la mayor parte de las oficinas de la Curia Romana pierden su autoridad. Los Obispos permanecen como cabezas de sus diócesis. Los cardenales que trabajan en los diferentes dicasterios, cesan en su labor. Los Cardenales que trabajan como prefectos en las diversas Congregaciones o como presidentes de diversos Consejos, pierden su mandato.
En la práctica, la mayor parte del trabajo del Vaticano se para, y las decisiones de peso se posponen hasta que haya un nuevo Papa. El único cardenal que sigue en funciones y tiene un trabajo definido es el camerlengo. Él será el punto focal hasta que dé comienzo el cónclave. Una vez que ha declarado que el Papa ha muerto, le piden que rompa el anillo del Papa –el famoso anillo del Pescador-, en una ceremonia de larga tradición que establece que se destruya, para evitar que algún impostor lo use para sellar documentos oficiales. Anuncia la muerte del Papa al decano del colegio de cardenales para que sea él quien dé la noticia al mundo y convoque a los cardenales para un nuevo cónclave. Actualmente el decano es Giovanni Battista Re, el Papa extendió su mandato precisamente en febrero de 2025.
Hay 252 cardenales, de los cuales pueden votar 138, de ellos, 110 los ha elegido el Papa Francisco. Estamos ante el colegio de Cardenales electores más diverso de la historia y particularmente joven, hay un cardenal de 45 años y otro de 50, por ejemplo.
Los cardenales se reúnen en la “Congregación General”. Todos los cardenales electores se reúnen para participar en el cónclave. Este cuerpo de Cardenales dirige a la Iglesia Católica durante el tiempo de sede vacante.
La constitución apostólica Universi Dominici Gregis, emitida por Juan Pablo II el 22 de febrero de 1996, estipula que el cónclave debe empezar 15 ó 20 días después del deceso del Romano Pontífice, por lo cual el proceso de elección siempre comenzará entre los días decimoquinto y vigésimo. El colegio cardenalicio sigue siendo el medio que mejor garantiza el romanismo y la universalidad.
Eligen en secreto:
Los cardenales se encierran en la Capilla Sixtina para empezar el cónclave. La palabra “cónclave” significa bajo llave o cerrojo (del latín: con clavis). La primera orden de trabajo está dada por la tradición y la refuerza la constitución apostólica Universi Dominici Gregis
Cada Cardenal hace un juramento solemne de que nunca divulgará los procesos del cónclave, a menos de que sea dispensado de ese juramento por el Papa elegido. Las personas que ayudan a los cardenales –cocinero, doctores y técnicos que apoyan a los cardenales en sus necesidades- declaran bajo juramento “guardar un perpetuo y absoluto secreto” de lo que puedan ver u oír; de allí que se sepa muy poco de lo que pasa dentro del cónclave. El maestro de las celebraciones litúrgicas dice a los cardenales no electores que deben abandonar la Capilla Sixtina con la frase latina “Extra omnes” que significa “Todos fuera”.
Sabemos que el cónclave da inicio con la celebración de la Santa Misa en la basílica de San Pedro, concelebrada por todos los cardenales. Después, entran en procesión a la Capilla Sixtina, donde hacen el juramento citado de acatar las reglas de la elección papal, que pide elegir en conciencia al mejor candidato para regir la Iglesia Católica. Los cardenales se disponen a oír a un sacerdote, elegido previamente por la congregación general por su sabiduría y altura moral, para que los exhorte a llevar a cabo una buena elección, al cabo de la cual se cierran las puertas.
Las votaciones
A diferencia de anteriores legislaciones, en las que se contemplaba la posibilidad de elegir a los Pontífices bajo las modalidades de aclamación, compromiso o escrutinio, la “Universi Dominici Gregis” limita las posibilidades a solo el escrutinio, con voto individual y secreto.
Cada cardenal escribe el nombre de un candidato y lo pone en un gran cáliz. La votación es contada meticulosamente por un panel de tres cardenales previamente elegidos. Si no se llegó a un acuerdo, las papeletas se queman con un tinte oscuro para producir humo negro, así los que esperan afuera saben que no han terminado su trabajo.
Según las reglas del cónclave, el primer día hay una sola votación. En los días siguientes, hay dos votaciones por la mañana y dos por la tarde, hasta que un candidato reciba los dos tercios de la votación (mayoría cualificada). En Universi Dominici Gregis Juan Pablo II decretó que, pasados tres días, si no se ha llegado a un acuerdo, la votación debe ser interrumpida para dedicar una mañana completa a la oración. Si continúan en punto muerto tres días más, habrá otra pausa, y el proceso se volverá a repetir. Finalmente, si pasan doce días sin una resolución, el cónclave podrá decidir por mayoría simple.
Este cambio en las reglas -que antes pedía las dos terceras partes de los votos para hacer la mayoría requerida-, fue decretado por Juan Pablo II para evitar el estancamiento. Pero actualmente, desde el inicio del siglo XX, ninguna elección papal ha durado más de cinco días. Paulo VI fue elegido al tercer día de cónclave; Juan Pablo I, al segundo; Juan Pablo II, al tercero; Benedicto XVI fue elegido Papa en el segundo día del cónclave y al cuarto escrutinio; el Papa Francisco fue elegido en el quinto escrutinio.
Teóricamente, el cónclave puede elegir a uno que no sea cardenal; en la práctica esto no ha pasado desde la elección de Urbano VI en 1378.
El decano del Colegio de Cardenales –actualmente sería Giovanni Battista Re-, pregunta al candidato elegido si acepta el papado. Si contesta afirmativamente, el cónclave se da por terminado. Aparece humo blanco arriba de la Capilla Sixtina: Fumata bianca indica que San Pedro tiene un nuevo sucesor.
En cuanto el nuevo candidato dice “acepto” se levanta el cónclave. La Constitución Apostólica «Universi Dominici Gregis» dice en el n. 60: “Ordeno además a los Cardenales electores, graviter onerata ipsorum conscientia, que conserven el secreto sobre estas cosas incluso después de la elección del nuevo Pontífice”, recordando que no es lícito violarlo de ningún modo, a no ser que el mismo Pontífice haya dado una especial y explícita facultad al respecto.
La tradición de cambiar de nombre parte de Juan II, que fue Papa de 533 a 535, y quien antes se llamaba Mercurio. Así pues, el Cardenal decano, después de haber obtenido el consentimiento del neoelecto, pregunta: “¿Cómo desea ser llamado?” (Quomodo vis vocari?). El nuevo Papa dice el nombre que adopta.
El nuevo Papa aparece en el balcón central de la basílica de San Pedro para impartir la bendición Urbi et Orbi, a la ciudad y al mundo. El protocolo señala que sólo debe pronunciarse la bendición, no hay discurso.
En años más recientes, se ha pedido aislamiento y secreto de oficio para evitar presiones del exterior. Como sus deliberaciones son secretas, no pueden ser premiados o castigados por agentes externos, pueden votar conforme a lo que su conciencia les dicte. Está prohibido que pongan condiciones a su voto y, si lo hacen, ese voto es nulo. Las nuevas reglas prohíben que algún cardenal actúe como agente de un gobierno civil, y, explícitamente, rechazan el clamor de ciertos gobiernos de ejercer el derecho a vetar a algún candidato, clamor que fue invocado por un emperador austriaco en 1903.
Una vez que entran en la Capilla Sixtina —donde todo contribuye a alimentar la conciencia de la presencia de Dios—, sólo pueden consultar con otro cardenal. No reciben correo, periódico, material escrito ni aparatos electrónicos.
Nuevas circunstancias: El reto más grande del nuevo cónclave será el de lograr la unidad, habrá muchas presiones aun cuando estén aislados, pues el nuevo Papa enfrentará la edad más turbulenta de la historia de la Iglesia.
Seguramente habrá desconcierto, se harán muchas presiones y conjeturas, no será fácil la elección del nuevo candidato. Será un cónclave especial y único en la historia, y nos veremos sorprendidos por la decisión del Espíritu Santo. Si queremos una línea segura de conducta ante el posible “terremoto”, podemos apegarnos al contenido del Catecismo de la Iglesia Católica que Juan Pablo II nos legó y podemos luchar para aumentar la devoción a la Eucaristía y a la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia.