Escrito por el febrero 21, 2025

Del ogro filantrópico al nuevo Leviatán

No me tocó ver la conformación del partido hegemónico del siglo XX. Cuando tuve algún grado de conciencia política, el PRI había copado prácticamente todos los espacios de participación en los asuntos públicos. No sólo era la única vía segura para acceder a los cargos de elección popular, sino que el priismo había colonizado los demás ámbitos de la convivencia social. Hablo de principio de los ochenta.

En esos años cursé el bachillerato. La Revolución institucionalizada había permeado, como humedad en la madera, a todas las organizaciones civiles y la disidencia era igual que nuestros berrinches de adolescentes: eran tolerados porque, en aquel mundo unipartidista, con una sola ruta de movilidad política, tarde o temprano los contestatarios regresaríamos al regazo del ogro filantrópico tarareando canciones de protesta.

Aunque al ingresar llevaba el propósito de cursar la especialidad en Físico-Matemático, terminé la preparatoria en la de Ciencias Sociales, donde avancé por tres vertientes: la literaria, la de la economía política y la de la militancia. En las dos primeras tuve la afortunada tutoría del profesor Waldemar Noh Tzec, quien me alentó a escribir mis primeros poemas, me inculcó la afición por la lectura y nos contagió a varias generaciones con su compromiso social y su rebeldía.

La oratoria – a la que me había encaminado el mismo profesor Waldemar- me llevó a participar en certámenes intercolegiales y en otros organizados por el PRI y, de un día para otro, me encontré tomando cursos en su Centro de Capacitación Política y colaborando en proyectos apasionantes para un adolescente, como el de alfabetización, que en ese tiempo bautizaron como Movimiento Estatal de Alfabetización. El gobernador era don Enrique González Pedrero y todavía conservo una fotografía a su lado, en una reunión para evaluar los avances del programa. El Movimiento, con el que erradicamos el analfabetismo, estuvo a cargo de estudiantes de secundaria y preparatoria, quienes hicimos un censo casa por casa para identificar a las personas que no sabían leer y escribir y, posteriormente, con la capacitación y el material adecuados, nos convertimos en sus instructores durante un año.

La Organización Social, impulsada desde el gobierno estatal como política pública transversal e instrumentada mediante la creación de comités de participación ciudadana en todos los ámbitos de la vida comunitaria, fueron la cúspide de aquella hegemonía. La política y el PRI estuvieron omnipresentes por igual en las reuniones de productores del campo que acordaban obras de infraestructura o la distribución de insumos, de padres de familia que se turnaban para pintar las escuelas o para proporcionar alimentos al maestro rural, de vecinos que se organizaban para colaborar en la pavimentación de sus calles o para cuidar el alumbrado público o para verificar que el policía cumpliera con sus rondines… Eran los días y noches de la democracia de carne y hueso, y pintada de tricolor, la política era una algarabía que lo contagiaba todo. Precisamente, de aquel laboratorio surgió el personaje que, cuatro décadas después, sentaría las bases para la instauración de un régimen de partido único que, a decir de los expertos, cada vez se parece más al del pasado.

Como era natural, fuimos imberbes militantes de una izquierda idílica que compartía aquello de “la verdadera revolución es revolucionarse”. El profe Waldemar nos enseñó los conceptos básicos del materialismo dialéctico y, sobre todo, nos inculcó el compromiso con las causas sociales. Y los discursos de González Pedrero eran cátedras de política que alimentaban nuestros círculos estudiantiles de discusión. Un día, un alumno un poco mayor que nosotros se inscribió en la prepa. Venía de cursar la normal en Oaxaca y traía todo el bagaje de la lucha social del magisterio de aquel estado. En especial, hablaba de su participación en la combativa COCEI. Me convertí en uno de sus amigos más cercanos y pasábamos horas analizando los movimientos políticos que en esos años sacudían Centro y Sudamérica. En algún momento fue electo presidente de la Sociedad de Alumnos y lo acompañé como secretario. Bibiano Arcos se llamaba y con frecuencia narraba la experiencia casi metafísica que había tenido con el poder durante su estancia en Oaxaca: en un acto masivo al que acudiría el presidente de la República, la multitud lo empujó hasta acorralarlo contra las vallas que dejaban el espacio libre para el paso del presidente y su comitiva. Ver de cerca al jefe del Ejecutivo, observar de cuerpo entero a la encarnación de las instituciones nacionales, fue algo apoteósico, decía, una vivencia equiparable a la de Paulo de Tarso en su camino a Damasco.

Era inevitable, las circunstancias me llevaron a cursar la carrera de Ciencias Políticas. Ahí, en las materias de Historia de México y Formación Social Mexicana, estudiando, entre otros, a Jorge Carpizo y a Jesús Silva Herzog, aprendimos la larga gesta de construcción de la hegemonía priista. Nos explicamos el régimen de partido único como consecuencia de un proceso histórico que, con errores y aciertos, con sus luces y sombras, modernizó al país y consiguió avances sustantivos en los diversos órdenes de la vida nacional. Su decadencia y desaparición no necesitó de lecturas: mi generación atestiguó -y acaso protagonizó- eso que llamaron transición a la democracia.

Durante los últimos seis años presenciamos la erosión de los pilares de la incipiente democracia liberal y ahora, en tiempo real, contemplamos su derrumbe y el vertiginoso surgimiento de una nueva hegemonía política. Me pregunto, con curiosidad, qué recogerán los libros de historia de estos meses: ¿La primera elección de Estado de la nueva era del partido único? ¿El avasallamiento de las desprestigiadas oposiciones reducidas a anodinos espectadores de la vida pública? ¿La consumación de un ignominioso proceso de cooptación de las autoridades electorales que concedieron la mayoría constitucional al oficialismo en la cámara de diputados federal? ¿La trama de la compra o captura de cuatro senadores de la oposición para alcanzar la mayoría en el Senado de la República? ¿La degradación del debate público y la extorsión y la amenaza como los fundamentos de la nueva política? ¿Las crónicas del hartazgo de una sociedad que se volvió alérgica a los partidos y adicta a las transferencias públicas? ¿La gesta de los 10 millones de afiliados y el convenenciero neo clientelismo del SNTE? Lo demás es consecuencia.

“Así, ¿qué chiste?” —dirán con sorna los estudiantes del Colegio de México, al repasar en sus libros la historia de esta nueva hegemonía.


Opiniones

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos obligatorios están marcados con *



Continuar leyendo

Post Siguiente


Miniatura
Post Anterior


Miniatura

Radio Fórmula

97.3 FM

Canción actual

Título

Artista

Background