Escrito por NCS Diario el enero 29, 2025
El Jéets Méek´
Es mucho más que cargar a un niño, es todo un ritual.
Por Delio Carrillo Pérez
Me sorprendió mucho haber recibido la invitación para ser padrino de Jéetz Méek del pequeño hijo de una familia muy querida de la ciudad de Dzitbalché, y no propiamente por ese pedimento, sino porque yo nunca había escuchado que existía un bautizo de esa ancestral costumbre. Hasta hace algunas décadas era muy común escuchar en la ciudad de Campeche que a los niños se les cargaba jeetz meek, que era una forma de montarlos en la cadera con las piernitas abiertas. Ya las nuevas generaciones, como muchas cosas, han ido borrando del imaginario popular esas costumbres que persisten aún en nuestras comunidades de origen maya.
Ante mi sorpresa los esposos Alberto y Fabiola Chí Cabrera me explicaron que en muchas familias de las comunidades mayas existe aún la costumbre de bautizar a sus hijos bajo ese ritual para propiciarles un crecimiento armónico y responsable con sus orígenes y para salir adelante en la vida. Así pues, el día designado y acompañado de mi madre y unas amigas me encaminé a Dzitbalché, en el Camino Real, para cumplir con esa responsabilidad y compromiso con mi pequeño ahijado Luisito.
La ceremonia se debe realizar en una edad de cuatro a seis meses para el niño y tiene que ser en luna llena, que es cuando ejerce su poder de atracción sobre los líquidos vitales, como la savia de los árboles y el mar. El ritual inicia desde el momento que el padrino escoge la ropa del niño y lo viste, generalmente con ropa blanca y típica del lugar, yo escogí una hermosa y pequeña guayabera. Luego nos dirigimos al lugar designado que es una pieza grande y principal de la casa familiar. Ahí se coloca en el centro una mesa donde se pondrán elementos simbólicos. Una cruz verde que sincretiza la religión católica con la cruz maya del cruce de caminos, el árbol de la vida: la ceiba. En jícaras se pone agua, líquido vital, maíz, base de la alimentación y materia de la creación del hombre maya; vela como símbolo de guía y luz, y flores para aromatizar el ritual.
El niño lo entrega el papá al es padrino y este se lo acomoda en horcajada en la cadera izquierda, que fue mi caso. Se inicia la rotación alrededor de la mesa donde se le dan nueve vueltas en sentido contrario a las manecillas del reloj y posteriormente otras nueve vueltas en sentido inverso. Detrás del padrino van tres niños con jícaras que contienen huevo cocido, pepitas y tamal de chaya; y en cada vuelta el padrino toma de las jícaras y da en la boca cada uno de esos alimentos y diciéndole en voz alta que le da el huevo, je´, para que se abra su pensamiento; en la siguiente rompe la pepita con los dientes y se le da diciéndole que es para que se abra su leguaje; luego el ts’ oto´obil chaay, o brazo de reina, para que recuerde la base de su alimentación y su origen. A un costado de la mesa se sientan los padrinos de bautizo que van contando cada una de las vueltas en voz alta y se van pasando para ello hojas de chaya que tienen en jícaras para llevar la cuenta.
Estas vueltas representan el descenso al inframundo maya donde reside el creador de los mayas, el Hunab Ku´ a quien se le presenta el niño, y las nueve vueltas posteriores son para regresar al plano terrenal.
Completadas las 18 vueltas se le acercan al niño diversos utensilios que el padrino y la familia considera que servirán para desenvolverse en la vida, como un machete que es una herramienta fundamental en la cultura maya, cuaderno y lápiz para que aprenda a escribir, una computadora que representa la modernidad, y alguna otra que el padrino quiera que con ello se motive el niño en su vida; yo escogí un libro para que le de sabiduría, y sea una ventana al mundo y la cultura. Lo acerqué también a la orquesta jaranera que se encontraba ahí para amenizar y le di a tocar varios instrumentos para que tenga siempre presente la música y el baile de la jarana que es toda una tradición en su familia. Sus hermanos Kimberli y Johann Chí Cabrera son campeones de jarana infantil compitiendo en las tradicionales vaquerías de las fiestas patronales y populares de ciudades y comunidades de la Península de Yucatán.
Después de eso, repartí entre algunos asistentes el top´, o pepitas, para enseñar al ahijado a compartir en la vida social; familiares del niño reparten pepitas y brazos de reina entre los invitados. Al terminar el rito entrego a los padrinos de bautizo a mi ahijado y les doy un mensaje de cómo debemos educar al niño, luego juntos entregamos al ahijado a sus papás. Así sellamos un compromiso y un deber de ser parte de la vida de mi pequeño ahijado Luisito, que es un niño lleno de vida.
Y después de todo ello… arranca la fiesta a ritmo de 3×8 y 6×4 con música de una orquesta jaranera. ¡A bailar se ha dicho!