Escrito por el enero 17, 2025

El Segundo Piso: entre el Plan C y el Plan México

Después de los primeros 100 días de Gobierno, empiezan a emerger diferencias sustantivas en el proyecto de la presidenta Claudia Sheinbaum respecto al de su antecesor. Si bien mantiene la continuidad de la mayoría de los programas heredados del sexenio anterior y ha descrito su administración como una etapa de consolidación de la obra de López Obrador, en la última semana dio a conocer una estrategia que, por sustentable y progresista, contrasta con las políticas promovidas por el tabasqueño. No se trata de una ruptura discursiva, sino de lo que podría ser un nuevo enfoque en el modelo económico del país.

La presidenta enfrenta tres cometidos que avanzan en paralelo: actuar en concordancia con la fuerza política que la llevó al poder, para asegurar que la Cuarta Transformación (4T) trascienda su mandato; cuidar el capital político heredado de López Obrador y preservar intacta su figura como líder del movimiento; y gestionar eficazmente su administración, resolviendo los problemas pendientes y entregando resultados tangibles para el bienestar de la población.

A diferencia del viejo PRI, que fundamentaba su hegemonía en la subordinación al presidente en turno, la nueva fuerza predominante, representada por Morena y sus aliados, se está configurando en una ruta que no está supeditada al poder público. En este contexto, la presidenta no actúa como jefa del partido, sino que está acotada por los intereses partidistas. En el esquema actual, con la nueva hegemonía política en proceso de consolidación corporativa, el poder público emana del partido. En consecuencia, el partido se sitúa por encima del poder público, convirtiendo a la presidencia es un instrumento más de la estrategia política para conservar el poder más allá del 2030.

La irrenunciable lealtad de Sheinbaum hacia su mentor, la compromete a garantizar la continuidad de las decisiones del gobierno anterior, a defender su legado ideológico y, desde luego, a no romper sus relaciones personales. Esta lealtad, criticada por algunos como sumisión, le impide implementar correcciones explícitas a las erróneas políticas heredadas.

Para cumplir con estos dos cometidos, Sheinbaum mantiene un discurso casi idéntico al de su antecesor. La continuidad discursiva ha provocado, incluso, que se le acuse de “calca” de López Obrador. Sin embargo, ya sea por convicción personal, conveniencia política o para consolidar el respaldo popular a su gobierno, la presidenta no tiene por qué cambiar el discurso. La alta aprobación que muestran las encuestas a los 100 días de su Gobierno refleja la rentabilidad política de continuar con el mensaje obradorista.

La tercera tarea está directamente vinculada al desempeño gubernamental y a la visión de futuro que Sheinbaum pretende para el país. Es en este ámbito donde comienzan a asomar diferencias significativas con el sexenio anterior. Aunque repite las líneas discursivas del obradorismo, la presidenta ha empezado a entreverar mensajes que delinean un rumbo distinto al que ofrecían las políticas de su predecesor.

Mientras que la primera etapa de la Cuarta Transformación se caracterizó por un discurso que exaltaba la pobreza, criticaba el aspiracionismo y rechazaba el emprendedurismo, el Gobierno de Sheinbaum ha propuesto un enfoque diferente. Su programa, conocido como Plan México, aspira a posicionar al país entre las diez economías más grandes del mundo. Este ambicioso plan busca reducir la pobreza y la desigualdad, fomentar el crecimiento económico y fortalecer el bienestar social, basándose en la colaboración con el sector empresarial y en la atracción de inversiones extranjeras. No obstante que el discurso oficial de la 4T mantiene un tono estatista, la estrategia económica de Sheinbaum, presentada el 13 de enero, destaca por una visión progresista más cercana a un modelo de libre mercado que al populismo tradicional de López Obrador. En esencia, esta alternativa económica reconoce, sin declararlo abiertamente, las limitaciones de los programas sociales para alcanzar el crecimiento sostenible que México necesita.

Finalmente, un mensaje que se aleja del enfoque tradicional de la 4T es el compromiso público de Sheinbaum: “México será una potencia científica”. Sin duda, esta visión rompe con lo hecho en el gobierno anterior donde, incluso, se llegó a criminalizar a la comunidad científica. Este compromiso presidencial, convertido en política pública, puede dar lugar al mejoramiento de la calidad educativa, a incentivar la formación de capital humano y a insertar a México en las tendencias tecnológicas globales que ya dominan el presente y que, sin duda, imperarán en el futuro.

A pesar de la retórica de las conferencias mañaneras y los discursos ante las masas de militantes, comienza a vislumbrarse un modelo de desarrollo factible de instrumentar. Su fortaleza radica en su conexión con la realidad, su respaldo en datos concretos y su enfoque pragmático, elementos que podrían sentar las bases de un México moderno, innovador, sustentable y con mayores oportunidades.

Empero, los logros de la 4T, muchos de ellos convertidos en desafíos para el nuevo gobierno, siguen presentes. Por tanto, para que las acciones que propone el Plan México trasciendan y se conviertan en hechos concretos, será necesario construir un modelo jurídico que inspire confianza tanto a los inversionistas privados como a los sectores más radicales de Morena. El éxito dependerá de la capacidad de Sheinbaum para mantener un delicado equilibrio entre las consignas obradoristas y la necesidad de reorientar el modelo económico hacia un desarrollo sostenible. Caminar sobre la cuerda floja entre dos proyectos contradictorios: la del reformismo del Plan C, con su pesada carga de incertidumbre, y el Plan México, que pretende responder al complicado escenario económico que amenaza el bienestar de todos. Algo así como el modelo de China, pero sin chinos. Y, en medio, Trump: la siniestra amenaza que apenas comenzaremos a desentrañar.


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