Escrito por el enero 15, 2025

Muerte asistida

Por Rodolfo Bernés Gómez

Hace un par de días terminé de ver por Netflix la serie “Superviviente designado”, muy interesante, pero a la larga resultan como todas, aburrida y con hastío.
En uno de sus capítulos se toca el tema de la Eutanasia, resulta que una de las protagonistas tiene a su madre con una enfermedad terminal y cansada de tanto sufrimiento le pide a su hija la ayude a morir, la chica se resiste, pues además de que no se sentía capaz de hacerlo, en el Estado donde vivía la madre este acto era ilícito.

La madre opta por trasladarse a Washington para estar con su hija sabiendo que la muerte asistida sí estaba permitida por la ley en ese estado. Al ver el sufrimiento de su progenitora, muele unas pastillas y las mezcla en su jugo ocasionándole la muerte.

Platicando esto con una persona muy cercana, me comentaba de algunos de sus familiares ya muy enfermos y avanzados de edad un día optaron por cerrar la boca para no ingerir alimentos, por más que le hacían no lograban sus familiares hacer que comieran, dejándose morir.

En lo personal en mi familia se vivió una situación delicada. Mi padre unos días antes de fallecer fue internado en el IMSS, y los médicos le dijeron a mi madre que no saldría de ese cuadro y que solo era esperar a que su corazón dejara de latir, o que se le colocara una serie de tubos para mantenerlo con vida. El día de su muerte, a eso de la media noche me llamó mi hermano Luis -papá está muy mal- al menos eso entendí.

Al llegar a la entrada del edificio, mi hermano estaba saliendo y le pregunté: ¿Cómo esta papá? y  me respondió: -ya se fue-, aun así me apresuré a su cama y en una sala previa estaban mi madre y otros hermanos, me acerqué a verlo y de alguna manera a despedirlo con mis caricias en su rostro y algunos besos.
El escenario era grotesco, un cuarto semi-oscuro, mi padre sin vida en su cama, y una enfermera quitándole cuantos tubos lo habían mantenido con vida; me arrepiento de haber permitido por mi egoísmo tener a mi padre unos días más, los que seguramente no pasó nada bien. Esta es una de las decisiones de las que siempre me arrepiento.

Este tema se dio en el contexto del fallecimiento de una persona que conocía de vista y que  a mi juicio era una persona buena y trabajadora, con menos edad que la mía, aunque vemos  que mucha gente joven se nos adelanta, pero sabemos que para morir solo basta con nacer. ¿Cuántos padres han sepultado a sus hijos? cuando lo normal sería que estos lo hicieran con sus padres, yo no quiero ni pensarlo, he visto escenas desgarradoras de amigos míos cuando un hijo se les adelanta, tenía un amigo que la muerte de uno de sus hijos, de eso hace más de 20 años lo tiene muerto en vida, no es para menos.
Algunos amigos míos piensan que estoy loco. Hace unos seis meses elaboré una lista de mis amigos y de personas que estimo con el fin de programar encuentros con ellos, pensando que muchos conocidos y otros no tanto se han estado muriendo, hice unos separadores de libro con mensajes de amistad para ir obsequiando cuando me encontrara con ellos; aun sigo en ello, pues mi lista es larga, solo les comento que dos de estos ya partieron después de mi encuentro con ellos.

Trato de hablar a mis amigos para saludarlos, tengo uno Panchito Huicab, al que solo hablo para decirle -Panchito, te quiero mucho-, el ocasionalmente hace lo mismo para conmigo y me siento feliz al oírlo, cuando me entero que están enfermos les hablo para saludarlos. Con otros, respeto su silencio y solo pregunto con algunos amigos comunes por su estado de salud.
Es común pensar cuando un amigo parte, -le estaba por hablar o por ir a verlo-, a mí me ha pasado y seguramente me seguirá sucediendo, o tal vez le suceda a alguno de mis amigos, si me voy antes.

El reloj sigue devorando las horas y todos sabemos que la vida no es una enfermedad mortal, tiene su punto final y esa es la muerte.


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