Escrito por NCS Diario el diciembre 13, 2024
He intentado confundirlos
Inosente Alcudia Sánchez
He intentado confundirlos, pero hasta ahora ha sido en vano. Los algoritmos no me sueltan y, lo peor, es que parecen haber trascendido la Deep Web para acosarme en la vida real, o en lo que yo creo es la vida real.
Hace unos días el banco me dejó en los puros huesos financieros: cobró indebidamente seguros que deberían protegerme de cobros indebidos y mi de por sí anémica cuenta de débito quedó peor que escuálida, si no muerta, moribunda.
Quien haya pasado por estos conflictos sabrá el espanto del que hablo: larguísimas y casi inentendibles conferencias telefónicas que no solucionan los reclamos, pero que, supongo, sirven de catarsis para descargar el coraje del cuentahabiente damnificado y alentar su esperanza de que en 48 horas el “error del sistema” se habrá superado.
Bueno, pues desde esa mala hora, como abejas al panal… no, como pirañas que detectan sangre, los algoritmos se me vinieron encima, están al acecho de que yo abra el Facebook o me asome al Google, para abrumarme con la oferta de incontables prestamistas especializados en solucionar cualquier agobio económico, por grande que sea, que ofrecen dinero inmediato y sin importar la cantidad.
Junto con los prestamistas llegaron los compradores de autos, a los que tiene sin cuidado la condición en que se encuentre mi cochecito, ellos pagan en efectivo y al mejor precio. En las últimas horas, los robots acompañaron la promoción de soluciones económicas con el auxilio espiritual que, gratuitamente, me ofrecen diversas corporaciones religiosas que sugieren dar un «amén» a sus mensajes para que vengan en mi auxilio ángeles y serafines.
Para pasar inadvertido en los pasillos del metaverso, he intentado casi todo: armé un Playlist con lo que considero música de optimistas (quizás fue un error agregar a Peso Pluma); puse un parche a la cámara de la computadora para evitar que los robots espíen mis humores; he navegado en páginas de fondos de inversión como quien busca dónde asentar una bolsa de capital y en sitios de agencias inmobiliarias haciéndome pasar como probable comprador… y nada, los algoritmos me siguen bombardeando con sus ofertas para desahuciados bancarios.
Esta mañana, salía del Oxxo con mi acostumbrado café del día, absorto como siempre en revisar que el ticket reflejara mis puntos acumulados, cuando, distraído, empujé la puerta y casi choco con una señora que entraba. «Disculpe», dije apresurado, pero ella, con una voz calmada y casi solemne, respondió: «Espere, por favor tome este papelito». Apenas miré su rostro; tomé el papel y lo guardé en el bolsillo de mi camisa sin pensarlo mucho. Ya en casa, al sacarlo, leí las letras impresas en negritas y mayúsculas: “¡TU MEJOR OPCIÓN! Crédito. APLICA PARA JUBILADOS, PENSIONADOS Y ACTIVOS”.
Sentí un golpe de calor invadiéndome el rostro. Solté el impreso como si quemara mis dedos, abrumado por la sensación de haber sido protagonista de un encuentro futurista: aquella señora, menuda y de voz suave, se me había transformado en una encarnación de la Inteligencia Artificial (IA) que, de alguna inconcebible manera, había calculado con exactitud milimétrica ese preciso momento, ese preciso lugar, para interceptarme.
Pero no pienso rendirme. Igual que John Connor, estoy listo para sumarme a la Resistencia. No caeré en las redes de estos predecesores del temido Skynet, aunque me sigan cercando con su asedio implacable. Sólo espero que los justicieros de la Condusef encuentren la forma de ponerle freno a la voracidad de estos agiotistas que, para nuestra desgracia, hemos heredado como banqueros.