Escrito por el octubre 13, 2024

Ponme la mano aquí Macorina

Dicen que no hay palabras mal dichas, sino palabras mal comprendidas. Y es que la mayoría de los humanos suele pensar en algo de doble sentido cuando alguien habla. Y no siempre es cierto. Es así como quiero comenzar mi escrito, dedicado a la historia de una famosa canción, “Ponme la mano aquí Macorina”, y a la inspiradora de la misma, María Constancia Caraza Valdés.

Resulta que a María no le gustaba este sobrenombre que, según cuentan, le habría dado un borracho. Muy a pesar de ella fue con este mote que pasó a la posteridad y por todos conocida. Nuestro personaje de hoy nació a finales del siglo XIX en la pequeña ciudad de Guanajay, en la provincia de Pinar del Río, Cuba. Era una mujer de familia muy pobre. Medio negra, medio china. A los 15 años decidió escaparse de su casa con el noviecito del momento y escogieron como lugar para ocultar su amor la ciudad de La Habana. Pronto se dieron cuenta los dos mocosos que eran demasiado jóvenes para enfrentarse a la vida y que estaban económicamente desprovistos de todo lo necesario para llevar una vida medianamente decorosa. Al menos ella tenía un don con el que había nacido. O más bien hablemos de dos dones. Unos muy hermosos ojos, de esos que paralizan a cualquiera que se enfrente a ellos que, como Medusa, dejaba de piedra a sus víctimas, y un donaire y desenfado como pocas.

Aquella relación duró muy poco. Sin embargo, una conocida de uno de los cuartos en los que habían encontrado alojo de una casa de vecindad la introdujo en la más antigua de las profesiones. Pero nuestra María veía alto. Ella no quería ser una más. Lo mismo, por instinto nato como que por haber leído de las grandes meretrices en alguna revista de moda, decidió ser una de ellas y muy selectivamente y con buena cantidad de dinero por delante vendió su cuerpo. Sus ojos y su prestancia le abrían el camino. Pero es que nuestra María no solo era hermosa y atrevida para los cánones de cualquier sociedad latinoamericana de comienzos del siglo XX, sino que también era una mujer feminista y muy avanzada en sus ideas para su época, luchando por la igualdad de la mujer.

Claro, en esto de luchar cada una encuentra su campo de batalla. El de ella fue manejar un despampanante Hispano Suiza convertible rojo, el único de Cuba, siendo la primera mujer en el continente americano, incluidos los Estados Unidos, en obtener una licencia para conducir un coche. Escándalo.

Desde el púlpito, los curas habaneros hablaban de los satánicos hechos. En los salones de la alta e incluso de la mediana sociedad habanera, seguramente con mucha envidia, las damas del momento criticaban a aquella que sabía subirse a la ola de los vientos de modernidad. Su mirada, su personalidad, sus finos modales, y seguramente sus artes horizontales le abrieron camino a las más altas esferas masculinas ricas de la sociedad cubana del momento. Incluso hasta el presidente José Miguel Gómez, quien también disfrutó de sus amoríos con María.

Pero, ¿en qué momento María se convierte en Macorina? Resulta que en estos momentos en La Habana se presentaba una cupletista española, cuyo nombre artístico era la Fornarina. El nombre le venía de la famosa modelo y quizás amante del portentoso pintor renacentista italiano, Rafael Sancio. Por reproducciones en la época medio mundo conocía los cuadros de Rafael y el rostro de su modelo y amante. En estos momentos, cosa que duró varias décadas, había una cuadra particularmente de moda en La Habana. Se le llamaba “La Acera del Louvre”. Aún lleva ese nombre, aunque el glamur pasó hace mucho tiempo. Esta cuadra está en Prado entre San Rafael y Neptuno. En sus dos extremos aún se encuentran dos de los mejores hoteles de la época en La Habana, el Hotel Inglaterra y el Hotel Telégrafo. Entre ambos hoteles, cafeterías y restaurantes colocaban sus mesas en el muy amplio portal resguardado por grandes arcadas. Esas mesas eran ideales para que sus clientes disfrutaron del “ver y ser visto”.

Una tarde, nuestra famosa María se paseaba, elegantemente vestida y alhajada, con esa mirada pícara y desenvuelta, cuando un borracho exclamó: -“Por ahí va la Macorina”, creyendo que se trataba de la cupletista Fornarina. Como buen cubano, aquel borracho lo dijo casi gritando y, al ser escuchado por los comensales de las mesas cercanas, rieron del sobrenombre que se había creado. Ya nacía, con letras de nobleza, no María Constancia Carranza Valdés, sino la Macorina.

Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, que en nada afectó a Cuba, puesto que la mayor parte de las batallas tuvieron lugar en el viejo continente, el país gozó de un formidable boom económico debido al elevado precio que alcanzó el azúcar en el mercado internacional. Es lo que los historiadores llaman “Las Vacas Gordas”. La sacarocracia cubana y toda una serie de grandes personajes hacían fabulosas fortunas, fortunas que les gustaba mostrar y ostentar. Como ya habría dicho antes la Bella Otero, el hecho de que a un caballero se le viera del brazo de la Macorina en La Habana, lo situaba en un estatuto económico de importancia.

Se estableció en la avenida de Galiano, en un buen apartamento, cerca del mar y allí recibía a un par de docenas de hombres ricos y hambrientos de los servicios horizontales de nuestra heroína del día de hoy. Pero las cosas pasan, el tiempo es inexorable y la belleza y la juventud se acaban. Lamentablemente para la Macorina esto coincidió con la época de “Las Vacas Flacas” en Cuba, motivada por el crack del 29 y la bajada de los precios del azúcar. Todos aquellos que mendigaban a buen precio horas de compañía con la Macorina empobrecían y se hacían más esporádicos ante las puertas de aquel apartamento de la calle Galiano. Más bien ellos eran ahora los que le pedían ayuda a Macorina. Se vio en la necesidad de vender sus nueve vehículos, incluyendo el Hispano Suiza, sus cuatro residencias, sus alhajas, sus pieles, sus lujosos vestidos y pronto fue acogida en su vejez (porque para una cocotte 42 años ya es vejez) por unos amigos en una cuartería barata.

Sin embargo, no por eso sería la Macorina olvidada. Un asturiano, Alfonso Camín, dentro de su libro de poemas Carey, le escribió un inmortal poema a la Macorina. Después vendría la famosa cantante mexicana, Chavela Vargas, mexicana aunque nacida en Costa Rica, porque, como ella misma decía: -“Los mexicanos nacemos donde nos da nuestra rechingada, madre”. La Vargas tomó los versos de este poema para cantarle a aquella que, lamentablemente, nunca llegó a ser una de sus múltiples conquistas femeninas. Aunque la canción fue retomada y con diversos ritmos por otros cantantes, la realmente inmortal fue la versión original, la de Chavela Vargas, con voz rota de borracho de cantina barata mexicana. Chavela, en su afán de conquistar a la Macorina, aún no caída en desgracia total, trataba de cortejarla diciéndole que la haría recorrer todo el mundo, que haría que todos la conocieran. No falló Chavela a su palabra de coquista… lo logró con su canción.

Pero, ¿de dónde viene eso de “Ponme la mano aquí” que a muchos nos lleva a pensar mal, sobre todo con el quejido lujurioso de Chavela? Resulta que Macorina decía tener (o realmente tenía) poderes curativos con las manos, a lo que hoy en día se le llama reiki. Medio en serio, medio en broma, aquellos que se le acercaban le decían “Ponme la mano aquí Macorina” buscando alivio a su dolor… quizás a su excitación.

La Macorina, aquella que ante el asombro de unos, el estupor de otros y los aplausos de terceros, sonaba con desparpajo el claxon de su Hispano Suiza endemoniadamente rojo Prado arriba, Prado abajo, mostrando con una encantadora carcajada y llevando en sus manos su recién adquirida licencia para conducir un coche. Es esta mujer, la Macorina, la que ha pasado a la historia por la muy erótica canción de Chavela Vargas.


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