Escrito por el octubre 6, 2024

La Paivá, quien paga allá va

¿Cuántos presidentes no conocemos que, durante su campaña por la presidencia o al inicio de la misma, prometen cosas y, con el paso del tiempo, hacen estrictamente lo contrario? La historia está plagada de casos como este. Es el caso de Napoleón IIII Bonaparte, sobrino del gran Napoleón Bonaparte, que, después de estar en el exilio en Londres, se presenta a las elecciones durante la Segunda República francesa, las gana en 1848 y en 1852 se da un autogolpe de estado proclamándose emperador de los franceses.

Es lo que la historia reconoce como el Segundo Imperio Francés. Comenzó postulándose bajo principios socialistas y, acto seguido, mostró sus verdaderas intenciones: dirigir el país, bajo los términos de un emperador. De la misma forma se trataban las colonias francesas. Estuvo casado con la hermosa cordobesa María Eugenia de Montijo, mujer, extremadamente religiosa, inteligente, de excelentes modales y muy elegante.

En contrapartida, la situación económica de los trabajadores mejoró durante este Segundo Imperio, puesto que se aumentaron notablemente los salarios. Francia entera y, en particular París, tuvieron un enorme desarrollo industrial y urbanístico. Entre los muchos cambios que hizo Napoleón, ya como Napoleón III emperador, está la reurbanización de la ciudad de París tal y como la conocemos hoy en día. Algo también muy notable durante este periodo, y con posterioridad durante la Tercera República hasta el fin de la Primera Guerra Mundial fue un importante fenómeno: el de las grandes cortesanas, horizontales, medio mundanas, cocottes, leonas.

Muchos nombres para designar aquellas que ejercían lo que se conoce como la más vieja profesión de la humanidad. Como en casi todas las cosas de la vida, había para todos los gustos y todos los bolsillos. Desde la pobre chica que prestaba sus servicios por poco dinero o un plato de comida hasta la gran cortesana adulada por los grandes de este mundo. Ejemplos hubo muchos, la Bella Otero fue una de estas maravillosas meretrices. Mata Hari, que murió fusilada como chivo expiatorio. Sin embargo, en el Top del Top se encontraba una moscovita, judía. A los 16 el padre la casó a la fuerza con un costurero francés de poca monta que se había establecido en Moscú y con el que tuvo un hijo.

No era una mujer particularmente bella. Tenía una nariz aplastada y con unos labios que alguien describió como “los cojines de un sofá sobre los que se había sentado un pachá”. Esther se dejó fotografiar pocas veces en su vida consciente de que no tenía rasgos faciales que la favorecieran. No obstante, tenía una hermosa cabellera roja… como el fuego y un cuerpo que en realidad despertaba hasta un muerto, admirable.

Pero ella estaba destinada a otra vida, la sagrada capital rusa le sabía a poco. Abandonó Moscú, su marido, su familia, su hijo y decidió ir al lugar donde había que estar en ese momento de la historia. La capital del mundo, París.

De ese viaje se cuenta que, de paso por Constantinopla, habría formado parte de un harem, donde aprendería muchas cosas del arte de la galantería y de los servicios horizontales. Al llegar a París, la pobre Esther Paulina Blanche Lachmann solo podía aspirar a venderse por un poco de dinero, sin tener realmente un techo donde pasar las noches.

Una de esas noches, sin tener adónde ir a dormir, se acostó sobre uno de los bancos de descanso de los Campos Elíseos. Dos policías vinieron para que se levantara frente de ese sitio y cuentan que, en el colmo de la insolencia, les gritó a los policías que algún día ella viviría en ese lugar, 25 Avenida de los Campos Elíseos. Y así fue, 15 años más tarde allí construiría la residencia más elegante y cara de esta famosa avenida. Antes hizo carrera. Había conocido a un músico que la introdujo en el mundo de los artistas parisinos, de los burgueses adinerados y de los nobles. Adoptó el nombre de Thérèse para ejercer su profesión.

Después conoció al embajador de Portugal en Francia, descendiente de una vieja y honorable familia portuguesa, el marqués de Paivá. De esposa de un costurero a marquesa, ya el salto era grande. Entre sus protectores había muchísimos hombres ricos que pagaban cualquier suma por una noche de servicios amorosos. En 1866, después de 10 años de trabajos, inauguró su famosa residencia, “Hôtel particulier”, como se dice en francés, en aquel lugar donde la habían despertado los dos policías años antes.

Al pobre marqués de Paivá solo le quedaba el título. Ella lo arruinó y,  avergonzado, se marchó a su Portugal natal vendiendo todas sus posesiones para poder sobrevivir. En cuanto al “Hôtel Particulier” de la Paivá, hoy propiedad del Travellers Club, se escribió mucho en su época. Era un derroche de lujo, buen gusto, con los materiales más caros, los pintores más famosos del momento para pintar frescos de techos y paredes.g

La pieza maestra del palacete es su escalera, que lleva a los principales aposentos, al salón de recepción y al propio dormitorio de la moscovita. Esta escalera está toda construida, escalones, balaustradas y pasamanos, de ónix procedente de una mina argelina explotada exclusivamente a beneficio del emperador Napoleón III. El cuarto de baño, todo en estilo morisco, realizado con mármoles adornado en diferentes colores, tiene como pieza fundamental una bañera, tallada en una sola pieza de ónix y recubierta por una plancha de plata. Esta bañera tiene tres grifos uno para el agua fría, otro para el agua caliente y el tercero, según la ocasión, para leche de burra, infusión de tila o incluso champaña, según la categoría del cliente de esa noche. La vida de esta cortesana era de desenfrenado lujo y glamour. Logró la anulación del matrimonio con el Marqués de Paivá (matrimonio ya prohibido, pues estaba casada en Moscú) y se casó con el Conde Henckel Von Dommersmack, la segunda mayor fortuna de Prusia y primo hermano de Bismark, quien, entre otras cosas, le regaló un palacio en París.

Con el Conde prusiano se casó en 1860. Era 11 años menor que Esther y estaba locamente enamorado de ella. Financió todas las locuras de grandeza de la rusa. A partir de este momento fue la Condesa Henckel Von Dommersmack. Fue al lado de este hombre que la sorprendió la muerte en el castillo propiedad de su marido en Silesia que en aquella época formara parte del reino de Prusia, aunque hoy pertenece a Polonia. Su palacete de los Campos Elíseos costó el equivalente de 40 millones de euros de nuestros días, derroche de dinero para satisfacer todos los gustos de Esther.

A pesar de todos sus títulos, joyas y posesiones, nunca fue recibida en el Palacio de las Tullerías por los emperadores Napoleón III y María Eugenia de Montijo. Para nadie era un secreto el origen de la rusa.

Al terminarse la guerra de 1870 entre Francia y Prusia, fue acusada de espiar para los prusianos, lo que la obligó a huir de Francia hacia Prusia con su marido el Conde. En Silesia se instaló el matrimonio en el Castillo Neudeck. Las personas de calidad que atravesaban las tierras del Conde se veían casi obligados a venir a visitar a la moscovita, puesto que ella añoraba enormemente su vida social y mundana de París.

Tenía una hermosa colección de gemas y pasaba los días contemplándolas y jugando con ellas y las llamaba “mis pequeños lujos”. Esther Paulina Blanche, Marquesa de Paivá y Condesa Henckel Von Dommersmack literalmente murió de aburrimiento, cuatro años después de verse condenada a vivir fuera de París. La historia la recuerda como la más elegante, la más refinada, la más inteligente y culta cortesana del París de la época. De ella pasó a la posteridad lo que se decía de ella en los salones parisinos: “la Paivá, quien paga allá va”.


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