Escrito por el mayo 19, 2024

 NCS DIARIO/GENTE

 

Devoción de la Virgen y las tres Avemarías

Un famoso sacerdote, que escribió en la prensa francesa, con el seudónimo de Pierre L´Ermite, contaba el siguiente suceso como auténtico: Un maestro impío había descristianizado a sus alumnos en los diferentes lugares en que había sido profesor. Al llegar la segunda guerra mundial, se unió a un grupo de fugitivos. Pero los muchos sufrimientos que debía soportar en los montes, lo llevaron a la desesperación y decidió quitarse la vida. Se separó de sus compañeros y se sentó junto a un árbol, sacando su revólver, con el que quería darse muerte. Pero, en ese momento, acordándose de una costumbre que había tenido en su infancia y que había olvidado durante 40 años, comenzó a rezar tres avemarías. Apenas terminó de rezarlas, sintió una fuerza sobrenatural y desechó la idea del suicidio uniéndose a sus compañeros. A partir de ese momento, comenzó una auténtica vida cristiana, que procuraba inculcar a todos los que encontraba. Las tres avemarías de última hora, le habían obtenido la gracia de la conversión (mariología.org).
Santa Matilde (1241-1281), monja benedictina, le pidió a la Santísima Virgen que la asistiera en la hora de la muerte, oyó que la Virgen le decía: Sí, lo haré; pero quiero que por tu parte me reces diariamente tres avemarías, conmemorando en la primera el poder recibido del Padre eterno; en la segunda, la sabiduría con que me adornó el Hijo y, en la tercera, el amor de que me colmó el Espíritu Santo.

El hermano Macario era el catequista de los niños de la parroquia. Un día les habló de la devoción de las tres avemarías para asegurar la salvación eterna. Desde aquel día, el niño Juan Alberto empezó a rezarlas todos los días. Pasaron los años y llegó a la universidad, donde el ambiente poco propicio a la religión le hizo abandonar la fe y vivir alocadamente con malos amigos. Sólo le quedó la costumbre de las tres Avemarías, que seguía rezando mecánicamente cada día.
Un día del mes de mayo, pasaba junto a la puerta de un templo y sintió deseos de entrar. Le agradó el ambiente de tranquilidad y recogimiento del lugar. A la salida, entabló amistad con un señor de mucha cultura con el que siguió viéndose en los siguientes días, para hablar de las cosas de la religión. Y así, poco a poco, con su ayuda fue recuperando la fe. Entonces, se dio cuenta de que la devoción de las tres avemarías le había salvado su fe y comenzó una vida cristiana de comunión frecuente y rezo del rosario. Hasta que sintió deseos de entregar su vida a Dios y llegó al sacerdocio en la Orden de los carmelitas.

Es bueno rezar por la noche, tres Avemarías a la Virgen, pidiendo la pureza propia y ajena. Y luego, podemos ponernos agua bendita, un sacramental que borra los pecados veniales y ahuyenta al demonio.

Benedicto XVI dice que mayo pertenece siempre al Tiempo de Pascua, es el tiempo de la espera del Espíritu Santo, que descendió con potencia sobre la Iglesia naciente en Pentecostés. María es “la protagonista humilde y discreta, de los primeros pasos de la comunidad cristiana: María está en el corazón espiritual, porque su misma presencia entre los discípulos es memoria viviente del Señor Jesús y signo del don del Espíritu Santo” (9 mayo 2010).

Cuando se visita la Villa de Guadalupe, es conmovedor como la gente se acerca a recibir el rocío del agua bendita. La gente en México es devota de ella, pero falta dar más doctrina. Dice María Simma, experta en el tema, que las Ánimas del Purgatorio se ponen cerca de la pila del agua bendita para recibir al menos una gota.

La Ordenación episcopal del Papa Pío XII fue el 13 de mayo de 1917. Coincide con una de las apariciones de la Virgen en Fátima. En la celebración de los 25 años de su ordenación episcopal, el Papa aludió a esa misteriosa relación “como si la misericordiosísima Señora quisiera indicarnos que, en medio de las tempestades de nuestro tiempo, en medio de una de las mayores crisis de la historia mundial, deberíamos dejarnos amparar, proteger, guiar siempre por la ayuda maternal y afectuosa de la Gran Vencedora de todas las batallas de Dios”[1].

Hay personas a quienes el único lazo que les une con Dios, es María. Hace tiempo se quiso atenuar la religiosidad popular hacia ella. Luego se vio que no era lo adecuado, sino darle sustento doctrinal a esa devoción. El mundo contemporáneo se ve amenazado por varios peligros: Incluso es posible que esté más amenazado que en cualquier otra época de la historia. Por eso es necesario que la Iglesia se arrodille a los pies del que es el único señor de la historia y Príncipe del siglo futuro[2].

San Luis María Grignion de Montfort escribe: La Virgen María, es el tesoro del que los santos hablan, en el cual se ha encerrado lo más sagrado de la creación; es el depósito de todas las gracias al que Dios dio forma para almacenarlas en un solo recipiente. En una palabra, Dios omnipotente posee en Ella un riquísimo almacén en el que guarda lo más bello, refulgente, raro y precioso que posee, incluido su propio Hijo.

Dios Hijo confió a su Madre sus méritos infinitos y virtudes admirables, y la constituyó depositaria de todo cuanto Dios Padre le dio en herencia. De esa manera, la Santísima Virgen constituye su canal a través del cual hace llegar a los hombres sus abundantes misericordias. Del mismo modo, Dios Espíritu Santo transfirió a su fiel Esposa, sus dones inefables, designándola, de ese modo, dispensadora de cuanto posee. Y así es como Ella distribuye a quien quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Por consiguiente, es fácil comprender que nada se concede a los hombres si no pasa previamente por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios quiere que todo lo recibamos de María que de ese modo es enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo.

El demonio trata de oscurecer con ríos de azufre la forma en que Dios ve y tiene en cuenta a Nuestra Madre Bendita; desfigurándola, calumniándola y ofendiéndola cree poder destruir a la Iglesia y la obra del Creador.

El Cura de Ars escribe que “el demonio rompió la escalera que conducía al cielo. Nuestro Señor, por su Pasión, ha construido otra para nosotros. La Santísima Virgen está en lo alto de la escalera y la sostiene con sus manos (…). Pienso que en el fin del mundo la Santa Virgen estará tranquila; pero mientras este mundo dure, Ella está como inquieta, pendiente de todo. La Santa Virgen es como una madre que tiene muchos hijos, y continuamente vela por ellos”.

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[1] Audiencia del Papa Pío XII a una delegación de peregrinos portugueses que acuden a Roma para entregar oficialmente el altar dedicado a nuestra Señora de Fátima en la Iglesia de San Eugenio.

[2] Juan Pablo II.  Alocución del Regina coeli del 9 de mayo de 1982.

 


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