Escrito por el mayo 13, 2024

NCS DIARIO/OPINIÓN

 

¡Es necesario estudiar!

¿Por qué estudiar? Para ser personas cultas. Necesitamos sabiduría para discernir la verdad del error.

La mayor parte de las crisis de fe son crisis de ignorancia. El Fundador del Opus Dei dijo en 1974, a los de la Facultad de Teología: La crisis que estamos viviendo es filosófica; lo que falta es sentido común. Si no se les forma la cabeza, si no tienen formación intelectual, me juego el alma. La pereza mental –el no trabajar en serio- es el mejor modo de tener el alma indefensa. Se va uno al infierno por estúpido. Hay que pensar bien, con estructura, pensar cristianamente.

“El hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura (…). La cultura es un modo específico del existir y del ser del hombre (…). La cultura es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, “es” más (…). La nación existe “por” y “para” la cultura. Y así es ella la gran educadora de los hombres para que puedan “ser más” en la comunidad” (San Juan Pablo II, Memoria e identidad, 108-109).

De acuerdo con la UNESCO, Japón tiene el primer lugar mundial, con el 91% de la población, en el desarrollo del hábito de la lectura. En segundo lugar, se encuentran Alemania y Francia, con un 67%, y después Estados Unidos, con un 65%. El país con mayor número de investigadores es China y le sigue India.

Miguel Ángel Martí García escribe: “La madurez y la cultura son los dos elementos integradores de una buena relación intrapersonal (consigo mismo). La madurez facilita la serenidad y la objetividad a la hora de hacer cualquier tipo de valoraciones. La cultura posibilita un marco de referencia amplio donde insertar cada una de las cuestiones que se nos presentan en nuestra vida” (La intimidad, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid).

La lectura sirve para ampliar el horizonte cultural. La lectura desarrolla el potencial intelectual de las personas y mejora el uso del lenguaje y la escritura. Nuestra inteligencia desea conocer la verdad. Para ello tenemos la observación, el estudio, la lectura, clases, películas, etc.

Hay que estudiar para saber dar razón de nuestra esperanza. Tener un plan diario de estudio. El prestigio profesional se adquiere con una buena preparación que hay que estar procurando siempre.

Los que han hecho de la Universidad su forma de vida –dice Alejandro Llano[1]– son los que saben que el estudio es el método más adecuado para cambiar la sociedad desde dentro. La sociedad se mejora en el intenso silencio de las bibliotecas, en la atención concentrada de los laboratorios, en el diálogo riguroso y abierto de las aulas, en el servicio solícito de las oficinas y talleres, en la atención delicada y tenaz a los enfermos.

La tarea encomendada es de indagación compartida, cuya finalidad es encontrar lo bueno y lo mejor a través del avance en el conocimiento. Por eso hemos de fomentar una cultura del trabajo, un convencimiento de que el laborar cuidadoso y creativo viene a ser el gran recurso para resolver los graves problemas que la condición humana tiene hoy planteados.

Hay cosas menores que no debemos desdeñar y que forman el tejido de la cotidianeidad profesional. No se trata de propugnar un narcisista repliegue sobre la intimidad privada. Se trata, por el contrario, de redescubrir la competencia ética y social de los ciudadanos comunes y corrientes, cuyas iniciativas creadoras constituyen una fuente de energía que permite avanzar hacia una sociedad más libre y más justa.

“La concentración es el bien, la dispersión es el mal”, decía el pensador americano Ralph Waldo Emerson. Estudiar es concentrarse en torno a focos de interés. Si falta el estudio, la conversación pública se trivializa y se degrada, el ejercicio de las profesiones pierde operatividad y competencia, el carácter moral de las personas queda aislado.

No cabe separar el estudio de la investigación, como si correspondieran respectivamente a una fase pasiva y a una fase activa en el empeño por saber más. Todos hemos de estar al día y de ahondar siempre más en las inagotables vetas de la cultura clásica. Recordemos el lema agustiniano: “Si dices basta, estás perdido”.

Hay un proverbio ruso que evocó Solzhenitsyn, que dice: “Una palabra de verdad vale más que el mundo entero”.

Podemos dedicar al menos 15 minutos a la lectura cultural cada día. Uno de los grandes males de nuestra época es no tener el hábito de la lectura. Generalmente nuestra vida no nos permite leer mucho, y lo que leemos se refiere al propio trabajo, pero siempre es bueno abrirse horizontes y saber que –como la vida es corta y hay mucho que leer- nuestras lecturas deben de ser selectas. Lo mejor es leer a los clásicos (Homero, Horacio, Cervantes, Shakespeare, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca). Cada uno es responsable de cómo alimenta su inteligencia, con películas, libros, clases…

Horacio, en el siglo I a.C. exponía en su Arte Poética un tópico literario: “prodesse et delectare”, aprovechar y deleitar. Ovidio tenía una máxima semejante: “docere delectando”, enseñar deleitando. Se acuñó al descubrir que las personas aprendían más y mejor si el estudio llevaba cierto deleite. Este tópico podría servirnos a la hora de leer y de dar clases.

En el IPADE piden a los maestros que, por cada 2 horas de clase, inviertan 40 horas de estudio. A lo mejor no llegamos a tanto pero sí hay que invertirle tiempo al estudio.

 


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