Escrito por el marzo 17, 2024

NCS DIARIO/OPINIÓN

 

De política, administración pública… y elecciones

No había manera de evitar el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Más de dos décadas de trabajo político en todo el territorio nacional, una oferta electoral que recogía las aspiraciones de la mayoría de los mexicanos y una narrativa que lo mimetizaba con el pueblo y lo contrastaba con sus contendientes, hacían de AMLO un candidato imbatible. Si a lo anterior agregamos los desaciertos (es un decir) del gobierno de Enrique Peña Nieto y la debilidad de los candidatos de oposición (eran un chiste), el escenario estaba listo para la épica obradorista. Fueron pocos los que evadieron la seducción del hombre del Jetta blanco. Y es que era difícil escapar a la prédica de aquel personaje rústico que se ofrecía como adalid de las mejores causas: erradicar la corrupción y velar por el bienestar de los más pobres, implantar la moderación y la austeridad en el gobierno, alcanzar la autosuficiencia en la producción de combustibles y la soberanía alimentaria, afianzar el estado de Derecho, instaurar la República Amorosa. Décadas de latrocinio y desencanto, habían inoculado en la sociedad mexicana el virus del rechazo contra los partidos y los políticos tradicionales, por lo que la ciudadanía “echó su resto” por López Obrador.

En el México de la alternancia y en el marco de la democracia constitucional que el mismo AMLO había ayudado a construir, la mayoría ciudadana decidió llevar al poder una fuerza política que se expresaba como antípoda de lo que habían hecho los gobiernos panistas y priistas. El “abrazos, no balazos” fue la negación de la “guerra de Calderón”; y con el show de la venta del avión que “no tiene ni Obama”, puso distancia del despilfarro y la frivolidad del peñismo.

El día de su toma de posesión, el presidente López Obrador presentó los primeros 100 compromisos de su gobierno. Llevarlos a cabo demandaría, además de muchos recursos, un reordenamiento (reingeniería) de la administración pública federal y modificaciones profundas al marco legal. Y comenzó a asomar el germen de la duda respecto de la viabilidad de las promesas, políticas y programas de lo que AMLO dio por llamar “Cuarta Transformación”. Y es que, en la vorágine transformadora, se revolvieron ocurrencias, utopías, mentiras y buenas intenciones y, sin un instrumento de planeación-programación efectivo, el gobierno comenzó a operar, no con la guía de un riguroso Plan de Desarrollo, sino con la conducción voluntariosa de un líder que confía más en su buena fortuna que en la técnica y la ciencia. El “estilo personal” se impuso a la gestión institucional.

López Obrador pudo hacer un gobierno que, en efecto, significara un paso adelante en el progreso y la prosperidad de la nación. Superado el estanco de la pandemia, México asomó con ventajas para aprovechar el realineamiento productivo del orbe (nearshoring). Igualmente, algunas de sus buenas intenciones pudieron alcanzar resultados satisfactorios y las utopías pudieron costar menos. Incluso, con todo y su perfil electorero, los programas de transferencias económicas habrían tenido una mayor contribución al bienestar y se habrían blindado contra la corrupción, si hubieran estado respaldados por adecuadas reglas de operación y sujetos a evaluaciones escrupulosas.

Empero, contrario a lo que se esperaría de un profesional de la política y la administración pública, en lugar de procurar la calidad del servicio público, López Obrador lo depauperó. Quiso hacer de la burocracia un ejército de leales militantes de su prédica, enterró los principios de eficiencia y eficacia y, para contrarrestar la falta de pericia de su equipo, decidió gobernar a base de “decretazos”. Ese le pareció el camino más efectivo para alcanzar sus objetivos: brincarse la normatividad y la transparencia con el argumento del interés público y la seguridad nacional. Y a la jerarquía burocrática la cambió por la disciplina militar.

Asoman ya las consecuencias de un error primigenio: creer que “gobernar no tiene ciencia” y que la administración pública es un asunto de lealtades y no de competencias técnicas, de conocimientos. En este reinvento del “país de un sólo hombre”, el presidente López Obrador avasalló las atribuciones de sus funcionarios y al asumir que “lo que cuenta es el encargo y no el cargo”, hizo de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal y demás normas administrativas, objetos de adorno o en desuso. Del Servicio Civil de Carrera, ni hablar: el departamento de ayudantía presidencial se convirtió en un centro de formación de la alta burocracia. Al desinstitucionalizar el servicio público y privilegiar la lealtad sobre los criterios establecidos por la ley, el presidente desarticuló la base burocrática y, en lugar de ser trabajadores al servicio del Estado, quiso transformarlos en empleados incondicionales del presidente.  Por eso, en la 4T no hay errores administrativos que ameriten sanciones y no hay pudor en darle la vuelta a la ley, o en transgredirla, si es para cumplir la voluntad presidencial, los deseos del benefactor.

Conforme avanza el crepúsculo de su gobierno se irán esclareciendo sus resultados. Como cuando la bajamar expone la suciedad acumulada sobre la playa, junto con las campañas políticas han empezado a mostrarse los desaciertos de su gobierno. El presidente confió en su infalibilidad y tarde se dará cuenta que sus funcionarios fallaron y, peor aún, que hasta sus supuestos leales abusaron de su confianza. La refinería Olmeca de Dos Bocas es el ejemplo de cómo sus colaboradores lo embarcaron en un proyecto que será emblemático por su ineficiencia. Y, así, en casi todos los ramos de la administración pública: mientras en la mañanera se proclamaba el fin de la corrupción, Segalmex aparecía como la versión transformada de la cueva de Alí Babá; en lo que ofrecen el mejor sistema de salud del mundo dejaron sin servicios médicos a millones de pobres; presumían la no contratación de deuda, pero dejarán el mayor déficit público desde 1988. La incompetencia y el desprecio por las “buenas prácticas” administrativas serán el timbre que marque a la 4T. Quedará la lección reiterada de que no se puede hacer un buen gobierno si se desprecia la experiencia, el profesionalismo, la especialización, la ciencia y la formación de capital humano para la administración pública.

En un esfuerzo que se antoja casi sobrenatural, desde sus “mañaneras”, el presidente intenta convencer que vivimos el país de sus utopías y que la difícil situación que padecen millones de mexicanos es sólo un montaje de sus adversarios. El presidente supone que todo el que recibe alguna de las trasferencias monetarias del gobierno, está obligado a ver el país que él nos cuenta: donde el sistema de salud es como el de Dinamarca, donde no hay corrupción ni impunidad, donde no hay violencia ni inseguridad, donde, en síntesis, somos felices como los más felices del mundo. El resultado de la elección nos mostrará, entonces, si la prédica fantástica de AMLO fue capaz de desaparecer la realidad; y si, junto con las becas y pensiones, va el encanto que, a pesar de los pesares, obliga a otorgar una segunda oportunidad al benefactor. Como sea, es mucho lo que el próximo gobierno tendrá que enmendar en materia de administración pública.


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