Escrito por el febrero 22, 2024

NCS DIARIO/OPINIÓN

 

Las campañas: entre vender el futuro y negar el presente

Las campañas electorales tratan del futuro. Las y los candidatos son, de alguna manera, vendedores de ilusiones, propagadores de esperanza. Ofrecen al electorado sueños del porvenir: construirán, promoverán, resolverán, castigarán, harán… Claro, todos los ofrecimientos condicionados al “Si me dan su voto”. Los estrategas afinan las eventuales acciones de gobierno en función del público a seducir y las convierten en cautivadora propaganda.

Por lo general, el ciudadano entrega su confianza a ciegas. Es encantado por el carisma, convencido por la elocuencia del discurso o por el valor de la promesa. Los candidatos derrochan gracia para envolver sus utopías con la aureola de la veracidad. Ante el descrédito de la política, hace algunos años, los aspirantes a cargos de elección popular firmaban “compromisos de campaña” como maniobra para intentar agregar valor a su palabra y convencer a los más desconfiados y escépticos electores.

Parecería, entonces, que los procesos electorales son una especie de concurso de imaginación, talento y simpatía: las elecciones las ganarían, así, los candidatos con la mejor imagen, con las propuestas más impactantes, con la retórica más convincente. Y, en ocasiones, eso sucede: las campañas son auténticas contiendas propagandísticas para que los candidatos ganen la empatía del pueblo en función de su personalidad y de sus promesas.

Empero, las cosas pueden complicarse. Sobre todo, para la o el candidato que represente al partido gobernante y, de alguna manera, encarne “la continuidad”. Por ello, no es infrecuente que los aspirantes “oficialistas” incorporen elementos de ruptura o de independencia a su campaña, a fin de diferenciar sus propuestas de los programas del gobierno y evitar que se les asocie con los negativos del mismo.

Sin duda, la pócima que envenena hasta a las mejores promesas de futuro es un coctel bien administrado de realidad y de verdad. La oferta de un luminoso porvenir puede ser desmontada por el oscuro golpe del desengaño. Los estrategas del oficialismo procuran mantener la competencia electoral en el espacio del mañana, de las esperanzas, e intentan impedir la discusión pública de los programas fallidos, de las políticas erróneas, de los daños colaterales. Enfatizan, por supuesto, lo que consideran logros del gobierno para compensar los negativos y disimular sus errores.

Así las cosas, es básico impedir que la oposición endilgue al candidato oficial los errores del gobierno y que la competencia política se centre en cuestionar los frutos de la administración vigente/saliente. Sobre todo, si el régimen en el poder tiene más oscuros que claros en su gestión. Se trata, como sea, de lanzar señuelos para centrar la atención en el futuro y evitar el trago amargo que puede significar que el pueblo asome a la realidad de resultados desastrosos.

El presidente López Obrador envió al Congreso un paquete de 20 iniciativas de reformas legales, 18 de ellas de carácter constitucional. Son reformas variopintas, que van de la prohibición de vapeadores a la modificación de la Suprema Corte; del castigo al maltrato animal a la eliminación de los legisladores plurinominales. El presidente sabe que no tiene el tiempo ni las mayorías en las Cámaras para que sea aprobado este menjurje de propuestas. Sin embargo, en los próximos meses, se efectuarán cientos de “foros de consulta” en todo el país para analizar, discutir y difundir estas reformas, de manera que la confrontación electoral transite por los temas etéreos soltados por el presidente como carnadas para atraer la atención política. Son 20 señuelos con los cuales AMLO espera capturar el debate público para esquivar la evaluación de su gobierno, escapar del juicio popular y de la sentencia ciudadana que se expresa en las urnas.

El presidente tiene claro que, en un cara a cara con la candidata de la oposición, la abanderada de su movimiento estará en riesgo de perder. Insiste, por eso, en que la contienda no es entre candidatas, sino entre “proyectos”. Elemental: intenta mantener la competencia en los temas del futuro, en el “segundo piso”, y no en la planta baja de la 4T. De este modo, López Obrador busca que el proceso electoral se centre en debatir su paquete de reformas (asumido por Claudia Sheinbaum como la base de su proyecto) y no en la exhibición de los desaciertos de sus gobiernos.

El presidente quiere enfrentarnos por el futuro de las corridas de toros para que olvidemos el sufrimiento de miles por la falta de medicinas y no se cuestionen las causas del derrumbe del metro. Para el oficialismo lo rentable es discutir sobre trenes de pasajeros y no acerca de la violencia e inseguridad que campean por casi todo el territorio nacional y que en la mañanera se niega a diario. Al presidente lo que menos le interesa es que se aprueben sus reformas: las lanzó, como dijo, para que sean los temas dominantes de las campañas.

La campaña de la oposición debe ser un movimiento nacional de denuncia. Todas las voces opositoras deben unirse para apagar el fragor de los otros datos, revertir los mensajes del oficialismo y desenmascarar la realidad encubierta detrás de la bulla del reformismo de última hora. Cito a Jorge Zepeda Patterson: “… en el contexto de desigualdad y marginación de países como el nuestro las nociones de democracia o equilibrio de poderes constituyen abstracciones frente a los problemas concretos de muchos hombres y mujeres de a pie”. Mantener la narrativa de la campaña anclada al territorio (problemas concretos del país, de la gente) y, en un ejercicio de pedagogía elemental, revelar las trampas retóricas del soliloquio mañanero, serán flechas que desinflen los globos con que pretenden levantar el “segundo piso” de la 4T.

Las campañas tratan de intangibles. Pero, también, de realidades.


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